Recuerdos de un Adiós
El 1 de junio la FAUBA perdió a un gran hombre, compañero y amigo. Nunca olvidará su compromiso con la institución, su buen humor, los chistes y su risa contagiosa. Mario Tourn, te regalamos estas palabras de docentes y alumnos que te extrañan y que siempre te recordarán.
“No hubo charla o encuentro en el parque, parrilla, recreos o entre mates, que no se haya robado unos minutos como queriéndolo traer nuevamente por un rato. Mario se ganó el reconocimiento de sus alumnos y de los que no fueron sus alumnos. Si algo aprendimos de él es a trabajar por lo que uno quiere y su ejemplo trascenderá entre los estudiantes”, escribe el alumno Leonel Rae.
Había cumplido 64 años el 15 de abril. Dicen que no era un hombre como todos los hombres. Y que nunca estaba de mal humor. Piropeador, familiero y apasionado de su profesión. “Nos regalaba chocolates y decía: -cómanlo rápido porque se va a derretir con sus miradas”, recuerdan Sabrina y Analía, recepcionistas de decanato.
Secretario, consejero superior, docente, precursor de la cátedra de Maquinaria Agrícola, “Marito” supo ganarse el amor y el respeto de los alumnos, compañeros y amigos. “Me acuerdo de su risa, muy particular, sonora y pícara. Fue una persona que hizo mucho por esta facultad. Era un tipo muy positivo”, expresa Rodolfo Golluscio.
Era de esas personas que no te llamaba por el nombre completo. Y le gustaba tomar mate con tortas fritas los días de lluvia. “Era un tipo muy querible y apasionado en lo que hacía. Le gustaba mucho la política. Trabajábamos todos los días y no recuerdo ni una vez que hayamos tenido un chispazo”, expresa Guillermo Hanickel, y con lágrimas en los ojos, agrega: “Era amigo de sus amigos. Una persona verdaderamente leal”.
Hincha (más que hincha, fanático) de Independiente, del rojo de Avellaneda. “Se ponía la camiseta debajo de la ropa para venir a trabajar a la facultad”, dice Sabrina. “Todas las mañanas las primeras palabras que cruzábamos era sobre fútbol, porque él era hincha de Independiente y yo de Racing”, cuenta Eduardo Pagano.
Pero el “rojo” no era su única devoción. Era amante de los fierros, fanático e incondicional de Chevrolet. Una pasión familiar que se formó en las carreras y se trasladó a una repisa de su casa llena de autitos de colección; y a la facultad, con la restauración de máquinas en el museo de Maquinaria Agrícola.
“Trabajamos juntos, codo a codo, rescatando los fierros viejos, como decía él. Era el más romántico de las máquinas y el que realmente le veía una utilidad a la restauración”, recuerda Adrián Olivieri. “Mario es y será mi papá académico. Imponía respeto y confianza. Fue mi mentor y mi amigo. Le vamos a poner su nombre al museo de Maquinaria Agrícola”.
Marito era considerado un buen contador de chistes, aunque siempre relataba el mismo pero de formas distintas, como si fuera uno nuevo. “Siempre decía que le gustaba hablar con gente bien informada”, recuerda Diego Agnes. “Fue mi director de tesis y quien me trajo a la cátedra. Llegaba y me decía: dále hacéte unos mates. Tenía una risa muy contagiosa”.
Fue un hombre intenso, que vivió la vida sin limitaciones. Un tipo desestructurado que, donde iba, despertaba simpatías. Desde muy joven fue calvo y usó el pelo corto, sin embargo era rockero, hincha de Papo, Santana, Jaf y Dire Straits.
“Tenía una actitud muy conciliadora, un poder de convencimiento por su forma de ser. Sin cambiar de principios tenía la virtud de lograr superar diferencias. Ponía el alma en su trabajo”, cuenta Gustavo Schrauf, y con expresión triste dice: “Todos nos vamos de esta vida y lo que vale es lo que dejamos y construimos”.
“Era tan lindo trabajar con él. Lo que no sabía te lo preguntaba humildemente y si te tenía que dar una orden, te lo pedía. Para todo tenía una anécdota, la vida no le pasó por al lado. Su familia era la luz de sus ojos”, comenta Fernanda Gruosso, y sonriendo dice: “Mario me decía princesa”.
Le gustaba viajar y veranear en la casa que tenía con su familia en Alta Gracia, provincia de Córdoba. “Lo conocí a través de Silvia, con quien fui compañero en la carrera. Siempre vivimos a cinco o seis cuadras, y nuestras hijas fueron al jardín Agronomitos. Juntos compartimos vacaciones en Córdoba. Él decía que para la jubilación se quería ir a vivir allá, en la casita familiar, en un bosque”, expresa Fernando Vilella. De su Córdoba querida, Mario escuchaba (y quizás bailaba) cuartetos de la Mona Jiménez y Rodrigo Bueno.
“Una persona muy humana, que llegaba a trabajar con una sonrisa, nunca enojado. Parecía más un compañero que una autoridad”, cuenta Martita, quien lo recibía todas las mañanas con el café con leche.
Sin duda, fue un ser humano excepcional como autoridad, compañero, amigo y como persona. Una persona paciente, llana, alegre y derecha, que siempre iba de frente. “Era esa chispa. Muy querido por todos y muy comprometido. Un apasionado de su rol de docente. Era un emprendedor y se sumaba en cuanto desafío nuevo se le presentaba”, rememora Alejandra Gil.
“Fue una relación intensa y vertiginosa. Para mi él es un gran amigo. Me dio muchos consejos pero quedarán entre “nos”. No le dieron una segunda chance”, recuerda Guillermo Hanickel.
Los que los conocieron y los que no coinciden en que Mario fue un hombre generoso, compinche y, siempre, con espíritu optimista. “Era muy solidario y siempre tenía esa sonrisa contagiosa que lo caracterizaba y que apaciguaba todo”, cuenta Amalia Orlando.
“Soy músico y a Marito le gustaba mucho lo que hacía, me apoyó siempre y me hacía la gamba. Y como le gustaban los Beatles me venía a ver tocar con Silvia”, agrega Adrián Olivieri.
“Los estudiantes lo reconocían como una persona buena, amable, dedicada, que sabía mucho y que podíamos aprender de él. Para mí es un dolor muy grande que no esté. Es una persona irremplazable”, comenta Eduardo Pagano.
Era una persona de referencia y el único docente de dedicación exclusiva en su cátedra. “Muy comprometido con su trabajo, arreglaba las cosas “con alambre” pero las arreglaba. Encontrar a alguien como él va a ser difícil. Cuando se acaba se acaba, decía, pero se acabó demasiado rápido”, expresa Rodolfo Golluscio.
Porque recorriste un camino y dejaste tus huellas; porque educaste desde tu propia humildad; porque nos entregaste, cada día, tu sentido del humor; porque compartiste anécdotas y transmitiste tu pasión por la profesión; porque tuviste siempre actitudes conciliadoras y enseñaste fuera del aula también; porque nos contagiaste tu sonrisa y solidaridad, te decimos GRACIAS. Te vamos a extrañar Marito.