Más que un deseo
Son ingenieros agrónomos y en los 70 militaron en agrupaciones contrarias. Simbolizan la unión, el miedo, el dolor y la lucha. A 38 años de la dictadura más escalofriante de la Argentina, Luis e Isaac relatan sus propias historias y recuerdan a los compañeros que ya no están.
“Te encontraré donde pueda
me llevarás hasta el cielo
perdurarás en el aire
mientras te vuelvo un sueño”
Las Pelotas
Mucho tiempo después, escuchaba una sirena y se paralizaba. Luis Polotto es un hombre un poco más bajo que los hombres altos, canoso, de unos 66 años. Se lo llevaron la noche del catorce de diciembre. “Entraron a mi casa alrededor de la medianoche, me vendaron, la dieron vuelta y me arrastraron”, cuenta y se saca el reloj pulsera. Y se lo vuelve a poner. Y se lo vuelve a sacar.
Es ingeniero agrónomo y durante la década del 70 militó en la Juventud Universitaria Peronista. Le ataron las manos con una cadena, lo cargaron en el asiento de atrás de un falcon y lo acostaron en medio de dos tipos armados. “Sentí que me iban a matar. Lo primero que pensé fue: perdí”. Años después supo que había pasado la noche en el Atlético.
El “Club Atlético” fue uno de los centros clandestinos de detención que operó en la Ciudad de Buenos Aires durante la Dictadura Militar. Funcionó entre febrero y diciembre del 77 en el sótano de un edificio de tres plantas, ubicado en la avenida Paseo Colón, entre Cochabamba y San Juan. El campo tenía dos secciones de celdas separadas por un pasillo, tres salas de tortura llamadas "quirófano", los baños, la denominada “leonera” (lugar de concentración de detenidos), una enfermería, la sala de guardia y tres celdas individuales. El lugar tenía capacidad para unas doscientas personas y durante su funcionamiento habría alojado a más de mil quinientas.
“No me picanearon pero me golpearon toda la noche. Nunca me desvendaron los ojos. Escuchaba cómo sufría al lado mío un joven que le gritaba al torturador: ¡porque no me matas de una vez, hijo de puta!”.
Actualmente, trabaja en la Secretaría de Ambiente de la Nación. Lleva una barba prolijamente cortada, camisa verde y jeans. El color verde representa la seguridad; estabilidad y resistencia; significa vida. Luis tiene voz gruesa y su rostro denota simpatía. No se cruza de piernas al hablar. “Cuando me aparté de la agrupación, me casé y tuve mi primer hijo. ¿Vos sabes lo que es estar detenido y que pasen y te digan: ¡qué lindo que es tu hijo!?”.
Lo soltaron la noche del quince de diciembre en Constitución. Le dieron treinta pesos, los que tenía en su bolsillo cuando lo detuvieron. Esperó un rato, tomó un taxi y se fue a la casa de un pariente.
“No te decían por qué, te llevaban para preguntarte nombres. Me preguntaron. Por suerte hasta donde me fajaron me la aguanté y no dije nada. No sabes cómo vas a reaccionar. Hay gente que nunca abrió la boca, hay gente que abrió la boca después de sufrir mucho, es una cosa que entre los que estuvimos detenidos no se pregunta”.
Isaac Cymerman tiene 63 años y hace 40 militaba en el Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda. Pero cuando los militares intervinieron la facultad, dejó sistemáticamente de estudiar. “Me alejé pero colaboré con la gente que le hacía algún tipo de resistencia a las acciones de la dictadura. Les di alojamiento porque no podían estar en su casa”, cuenta.
Cuando habla mueve las rodillas y rechina los pies contra el piso. Usa de esos lentes con aumento que los cristales se oscurecen con el sol. “Cuando salía de la facultad tenía miedo, y daba vueltas hasta llegar a mi casa. Me pararon varias veces, y yo tardé mucho en sacarme la barba. Con barba y libro eras sospechoso”.
Es un poco más petiso que Luis y la emoción que le traen los recuerdos hace que su voz sea baja y pausada. “Una juventud muy idealista. Que se encontraba directamente con la brutalidad, comparable con el nazismo. Hay que estar en ese lugar, en ese momento, es muy difícil. Yo sobreviví pero ellos están desaparecidos”, dice y saca un pañuelo de tela del bolsillo.
Sus ojos se achican y se llenan de lágrimas. “¿Por qué?. ¿Quién decide sobre la vida y la muerte de la gente?. Es lo más oscuro del ser humano. Es como si yo mañana no te viera más, ¿por qué?, ¿por una idea?. Es aterrador”. Hace silencio. “Hay secuelas, y van a pasar varias generaciones para poder superarlas”.
A pesar del miedo que lo acompañó por muchos años, Isaac retomó sus estudios en la facultad y en el 84 se recibió de ingeniero agrónomo.
“Había policías a caballo vigilando Agronomía”
Con el Golpe de Estado más escalofriante de la Argentina vino el terror. Los estudiantes de la Facultad de Agronomía, como de todas las universidades del país, se convirtieron en sospechosos, delatores, enemigos y subversivos, en víctimas y victimarios. Así, se clausuraron los claustros de estudiantes, docentes y graduados; se prohibió la política y la participación; y se alteraron los programas de estudio y los objetivos académicos.
Según los datos que constan en un registro del Archivo Nacional de la Memoria: las víctimas del terrorismo de Estado de la facultad son cerca de veintiséis estudiantes, tres graduados, un docente y un no docente. Pero la lista se cierra con puntos suspensivos, porque habría más víctimas no contactadas.
“Nosotros agarramos un momento de transición, reflejado en la separación de Agronomía y Veterinaria. Además, en el 73 sacaron el curso de ingreso y pusieron el introductorio que no era limitante. Eso hizo que entre mucha gente a la facultad y se sumen a las actividades políticas”, dice Luis.
En la década del 70, los estudiantes de Veterinaria comenzaron a hacer huelgas para que las facultades de Agronomía y Veterinaria se separaran. El crítico proceso duró meses. La disociación real de las instituciones concluyó con la división de los terrenos, los edificios y el personal docente y administrativo.
“En esa época se daba en la facultad un clima persecutorio, no había libertad. El centro dejó de cumplir la función que cumplía, y fue intervenido y saqueado. Se apropiaron de ese dinero. Eran represores no solamente desde el punto de vista ideológico sino también eran delincuentes”, asegura Isaac.
Y Luis recuerda: “En la clase te controlaban mucho, yo trataba de parecer un chico prolijo, bien vestido. Había policías a caballo en la facultad. Me acuerdo cuando fui a dar un examen en marzo del 78, un compañero me miró y me dijo: qué… ¿estás vivo?”.
Militantes y amigos, el recuerdo de los que ya no están
Claudio Casoy era hincha de Racing como Luis. Una persona muy flaca, hiperactiva, y convencida de sus ideales. Un joven con muchas ganas de vivir y crecer, que a la par de militar seguía estudiando.
Había sido presidente del Centro de Estudiantes. “En el año 76 estaba cursando en Dasonomía con Claudio y le dije: ¡qué estás haciendo vos acá!, te das cuenta del riesgo que estás corriendo. Me respondió que quería seguir estudiando, convencido que había que lograr el objetivo de justicia a la vez de capacitarse. Y a pocos meses lo secuestraron. Me dolió mucho. Había ido a su casamiento, conocía a la familia, éramos amigos”.
Según Isaac, Gabriel Porta era un poco más bajo que él, más ancho y siempre usaba anteojos de aumento. Juntos estudiaban, se divertían y tenían ilusiones. Además de compañeros de militancia, eran amigos.
Gabriel tenía cerca de 25 años, y en ese momento era empleado del Centro de Estudiantes. Una noche lo fueron a buscar a su casa. “La parte económica la manejaba el Consejo Directivo del Centro de Estudiantes, pero para la salida del fondo, la firmaba también Gabriel como empleado. Los presionaron para que firmen el traspaso de fondos pero él se negó”, relata Isaac.
Y con bronca e indignación cuenta: “Yo le decía que para mí esto era muy grave y que lo de él era muy heroico pero muy riesgoso. Lo apretaron acá, en decanato. ¡Acá adentro!. A pesar de eso él insistió. No se asustó, yo lo conocía. Los presionaron hasta que lo fueron a buscar y desapareció”.
“Tenemos el recuerdo de todos los amigos de todas las agrupaciones. Participamos de las marchas, asumiendo cada vez más compromiso. Cuando volvió la democracia volvimos a encontrarnos unos cuantos. Sentimos alivio, alegría y esperanza”.
Luis e Isaac son sobrevivientes y víctimas del terrorismo que el Gobierno Militar llevó adelante en el país. Un gobierno que restringió trágicamente la libertad de expresión, que exterminó a todo aquel que pensara diferente. Un gobierno que masacró a aquellos que ni siquiera manifestaban sus ideas.
La Facultad de Agronomía tiene memoria. Y como alguna vez escribió Mario Benedetti: “…cantamos porque llueve sobre el surco y somos militantes de la vida, y porque no podemos ni queremos dejar que la canción se haga ceniza…”. Todos fuimos sobrevivientes y todos fuimos víctimas. Nunca más, es más que un deseo.