Hacia una mayor inocuidad de los alimentos
En la FAUBA, se destacó la necesidad de incorporar buenas prácticas en la agricultura, ante la mayor demanda mundial de productos sin contaminantes y frente la posibilidad de que se conviertan en una barrera paraarancelaria. En la Argentina, muy pronto podrían ser obligatorias.
Las mayores exigencias de los consumidores y de los mercados internacionales, respecto de la inocuidad y la calidad de los alimentos, genera la necesidad de redoblar los esfuerzos en la Argentina, no sólo por los beneficios que las buenas prácticas agrícolas representan para la nutrición y la salud de las personas, sino también porque, en el plano comercial, se prevé que a futuro puedan convertirse en una barrera paraarancelaria.
Así lo consideró Pablo Prystupa, subsecretario de Graduados de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), durante el seminario sobre certificación de buenas prácticas agrícolas, organizado recientemente por FAUBA y la Cámara Argentina de Certificadoras de Alimentos, Productos Orgánicos y Afines (CACER).
Se trata de un desafío conjunto: “Todos los actores de la cadena son responsables del mantenimiento de la calidad y de la inocuidad de los alimentos: El proceso involucra desde la siembra de un cultivo, por parte del productor primario, hasta la mesa del consumidor, pasando por el empacador, el transportista y el comercializador”, dijo la Ing. Agr. Beatriz Campana, técnica del SENASA y docente de la Cátedra de Fruticultura de la FAUBA.
Campana explicó que las buenas prácticas agrícolas son una herramienta fundamental para producir alimentos vegetales de manera inocua, una garantía de que no causarán daños al consumidor. “Son normas, principios y recomendaciones técnicas que tienden a prevenir y a controlar la contaminación del producto, mientras está expuesto a numerosas fuentes relacionadas con el ambiente, el agua, labores culturales, instalaciones, equipos, utensilios y envases, personal, animales y plagas”, detalló.
Además, agregó que “también se busca evitar producir un mínimo impacto de las prácticas de producción sobre el ambiente, incluyendo la fauna y la flora, así como proteger la salud de los trabajadores y mejorar las condiciones de trabajo de ellos y de sus familias”, según las definiciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
En este sentido, en la Argentina existen guías de prácticas de higiene y agrícolas para la producción primaria, almacenamiento, empaque y trasporte en hortalizas, aromáticas y frutas, aunque no son obligatorias. No obstante, es posible que en 2011 se incorporen al código alimentario argentino, lo cual implica que serían obligatorias, adelantó la docente de la FAUBA.
El Ing. Agr. Santiago Soria, en representación de la Cámara Argentina de Certificadoras de Alimentos, Productos Orgánicos y Afines (CACER), se refirió al Globalgap, el principal protocolo de buenas prácticas a nivel mundial, que tiene origen en la Unión Europea y hoy es implementado por 80.000 productores en 80 países.
“Las buenas prácticas se están imponiendo por necesidad y por imposición del mercado, que demanda productos de mayor calidad, sin contaminaciones y que respeten los derechos de los trabajadores y el medio ambiente. Significa la posibilidad de mantener mercados actuales y de ganar nuevos, además de recibir mejores precios y reducir los costos de la producción”, aseguró durante el seminario realizado en la FAUBA.
“Es vital que los ingenieros agrónomos las conozcamos, porque después vamos a ser quienes las implementemos”, consideró. “El consumidor quiere saber la historia del producto, para ello se necesitan registros y sistemas de certificación, como las que incentiva Globalgap, junto con las practicas de manejo integrado de plagas (enfermedades, malezas e insectos) y el manejo integrado de cultivos, para la mejora y sustentabilidad de la producción a largo plazo”, concluyó.
La Ing. Agr. Juliana Albertengo, del área técnica de AAPRESID, destacó que esta entidad promueve la agricultura certificada, como un sistema de gestión de calidad ambiental y agronómica del proceso productivo de siembra directa de un establecimiento, basada en la mejora continua.
“Se trata de una herramienta para profesionalizarse, tener más información y tomar mejores decisiones, que apunta a mejorar la calidad del 80% de la superficie agrícola argentina, equivalente el área trabajada en siembra directa”, finalizó.