“Siempre me fui con la idea de volver”

Mar, 21/08/2012 - 11:09
Por FAUBA

Eliana Munarriz regresó a la Argentina junto con su familia, luego de hacer ciencia en el exterior durante 15 años. Hoy trabaja en la FAUBA, es investigadora del Conicet y se dedica al estudio de los agroquímicos y su impacto en la salud.

Hace apenas una semana que Eliana Munarriz es investigadora del Conicet, y tiene muchas buenas noticias para festejar. No sólo porque el nombramiento significó la oportunidad de regresar al país junto con su familia, después de 15 años de hacer ciencia en el extranjero, sino además porque volvió a investigar en el laboratorio que fue su primer amor, Bioquímica, en la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), sobre un aspecto fundamental en los sistemas agronómicos actuales: el uso de agroquímicos y su impacto en la salud humana.

En 1996, Munarriz comenzó a desarrollar sus trabajos como ayudante ad honorem en la Cátedra de Bioquímica de la FAUBA, al tiempo que estudiaba Biología en la Facultad de Exactas de la UBA.

Tres años después, realizó su tesis de licenciatura y el doctorado en biología molecular y celular en las universidades I y II de Roma, Italia. Y también trabajó en el Instituto Italiano de Tumores, antes de viajar a Inglaterra para realizar su pos doctorado, donde se desempeñó en la unidad de Toxicología del Consejo de Investigación Médica (MRC, por sus siglas en inglés). En los meses previos a su regreso a la Argentina, trabajó en EE.UU., en el Centro de Genómica y Biología de Sistemas de la universidad de Nueva York.

“Hace dos semanas que soy investigadora adjunta del Conicet. Recibí la noticia la semana pasada y estoy muy contenta”, se entusiasmó. Actualmente desarrolla su trabajo en la cátedra de Bioquímica de la FAUBA, con un cargo asociado al Instituto de Investigación en Biociencias Agrícolas y Ambientales (INBA), perteneciente a la FAUBA y el CONICET. Además, está postulada para ingresar al Programa de Recursos Humanos (PRH) del Fondo para la Investigación Científica y Tecnológica (FONCyT). “Sería una ayuda muy importante para desarrollar mi tarea”, aseguró.

Y agregó: “Siempre consideré que estudiar afuera te enriquece, a nivel científico y personal. Cuando me fui, en la Argentina no había muchas oportunidades para hacer ciencia. Ahora, la situación está mejor y hay una política de repatriación de científicos. Pero es muy importante destacar que hoy puedo volver al país gracias a que hubo gente que se quedó trabajando acá, que la peleó día a día”.

Un gusanito, la clave del éxito

En la FAUBA, Munarriz va a estudiar el impacto de agroquímicos (principalmente del herbicida glifosato y el insecticida endosulfan, entre otros) en diferentes regiones del país que se siembran con cultivos extensivos. Y para ello usará un nematodo (un gusano) llamado Caenorhabditis elegans, con el cual ya investigó en su posdoctorado. Son unos gusanos muy pequeños (miden apenas 1 mm) y trasparentes, que representan un modelo ideal para estudiar mecanismos moleculares. “Nadie experimentó antes en agroquímicos con gusanos en la Argentina ”, afirmó.

Según la investigadora, estos nematodos son un buen modelo porque conservan muchos mecanismos que protegen a las células de compuestos químicos, también presentes en humanos. La diferencia entre los genes de este gusanito y los de una persona son mínimos: Ambos comparten el 85% de los genes. Cambian el tamaño y la complejidad, pero conservan los mecanismos de base.

“No sólo voy a ver si el gusano crece y se desarrolla normalmente en contacto con muestras de suelo expuestas al glifosato. Voy a adentrarme a nivel intramolecular y a analizar los cambios en el ciclo celular y otros procesos celulares. Por ejemplo, la proteína p53, que está mutada en el 50% de los cánceres en humanos, está conservada en el gusano. Puedo verificar si hay una alteración en esa proteína. Y hacerlo de una manera más sencilla y económica que con otros modelos animales”, apuntó.

El modelo elegido permite hacer estudios generacionales en tiempos muy breves, puesto que los nematodos poseen un ciclo de vida de sólo 20 días, comparado con los dos años que vive un ratón, por ejemplo, cuyo uso también representa un problema bioético, asociado al uso de animales para hacer experimentos.

La idea es tomar muestras de suelo y estudiarlas usando el modelo de C. elegans. Una vez procesadas, los tiempos para hacer conclusiones varían según el estudio. Al respecto, ejemplificó: “Si queremos ver si el tratamiento provoca un envejecimiento precoz, la investigación puede llevar dos semanas. Si queremos ver si existen alteraciones en las generaciones sucesivas, es un experimento de tres meses”.

- ¿Qué relación hay entre los estudios con tumores que realizaste en Italia y los que hacés ahora,
en Agronomía?

- Siempre me interesó la bioquímica y los mecanismos moleculares, en diferentes sistemas. Al principio trabajé en soja y en perfiles de cromatografía con Eduardo Pagano, titular de la cátedra de Bioquímica. Luego, cambié de bioquímica pura a células de mamíferos, con ratones y gusanos.

Durante mi tesis de licenciatura, empecé a trabajar en virus tumorales, estudiando mecanismos moleculares de modificación de proteínas, en particular la fosforilación. Después, en mi doctorado trabajé con sumoilaciones y ubiquitinaciones, que son otras modificación de las proteínas, y en Inglaterra estudié la alteración de los mecanismos moleculares por factores exógenos y analicé cómo se modificaban las proteínas en células tratadas con antidepresivos.

En conclusión, siempre hice bioquímica, estudiando mecanismos moleculares. Y si bien el modelo fue animal, estos mecanismos también están presentes en las plantas. Por ejemplo, las plantas también sintetizan, modifican y degradan las proteinas en manera similar a los animales .

Ahora quería trabajar con un modelo animal que me permitiera estudiar los mecanismos moleculares de una manera sencilla, rápida y económica pero que también pudiera tener una aplicación. A este punto, ya habíamos decidido volver a la Argentina.

Como el tango, pero sin melancolía

“Siempre me fui con la idea de volver. Quería formarme, aprender y regresar, por varios motivos. Porque soy un producto de la educación pública. Me forme en la UBA y quería devolver eso que la sociedad me dio, de una manera enriquecida, con una formación en el exterior. Soy partidaria de que hay que salir de donde uno está, porque eso te hace ver otras realidades, pensar de otro modo y desarrollar mejor tu trabajo”.

El regreso a la Argentina, después de estar una década y media en el exterior, fue un proyecto familiar que integró a su marido, Mario Rossi, también argentino y que actualmente trabaja en el Polo Tecnológico del Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación, y a sus dos hijos, que nacieron en el exterior pero que son argentinos, por opción de sus padres: Nina está a punto de cumplir 6 años y es a la que más le cuesta el cambio, entre otras cosas, porque su lengua madre es el inglés. Ernesto nació hace sólo 10 meses en Estados Unidos.

“Con mi marido trabajamos muchas veces juntos y publicamos una serie de trabajos en colaboración, porque él investiga la degradación de las proteínas y yo sus modificaciones. Espero que en un futuro podamos colaborar con algo en el país. Pienso que el intercambio hace crecer a la ciencia”, concluyó.

Sobre el autor

Facultad de Agronomía - Universidad de Buenos Aires