“Hay que ver si la sociedad urbana está dispuesta a que el campo reciba subsidios”

Jue, 15/04/2010 - 08:57
Por FAUBA

Desanda las huellas que en él dejaron mentores como Rolando León, Alberto Soriano y Osvaldo Sala, marcas que persistirán, al igual que las que imprimieron sus padres y algún libro iniciático, en sus más de 30 años de profesión. Hoy en su rol de docente, investigador y director de la Escuela Para Graduados, Martín Aguiar asume que para optimizar el manejo de los recursos naturales además de la constante capacitación es necesaria una decisión política.

Un día cualquiera, durante un viaje, algunos meses antes de graduarse del colegio secundario, el joven Martin Aguiar quedó atrapado por la lectura de “La trama de la vida: una introducción a la ecología”. Este pequeño libro de John Storer fue el primer acercamiento al mundo de las ciencias naturales y cumpliría un papel determinante en su vida. Sin embargo, previamente, ya había preparado el terreno su madre, profesora de Ciencias Biológicas que compartía con el padre del pequeño Martín el placer del ser “andariega”. Sí, “andariegos”: “dícese de quienes andan mucho o van de un lugar a otro sin parar en ninguno”. Así los recuerda hoy el Ing. Aguiar, sin omitir el hecho de haber heredado aquella cualidad que le abrió las puertas a la naturaleza.

Los espacios naturales eran escenarios habituales para el actual docente en Ecología e investigador del Conicet: nació en El Palomar, provincia de Buenos Aires, donde abundaban los descampados y los paseos en bicicleta que se transformaban en travesías imposibles los días de lluvia. Allí transcurrió todos sus abriles hasta la actualidad, excepto por dos años en que la familia se mudó a Comodoro Rivadavia, Chubut. Por ese entonces, Martín tenía nueve años, la edad justa para disfrutar de los campamentos que solían programar los Aguiar cada fin de semana.

Ya desde su niñez temprana el futuro Ingeniero Agrónomo asumía el deseo de dedicarse a la investigación científica “pero no pensaba en cuestiones biológicas; el boom de esa época tenía que ver con la energía nuclear, estaban construyendo Atucha (Central Nuclear), lo veía como algo interesante, ¡y bromeaba con que iba a ser físico nuclear!”, recuerda sonriente quien hace un año fue designado como director de la Escuela para Graduados (EPG) “Ing. Agr. Alberto Soriano”.

Sin dudarlo, y aceptando el consejo del Ing. Agr. Felipe Freier -padre de un amigo-, ingresó a la Facultad de Agronomía de la UBA. Para ese entonces le era difícil imaginarse que permanecería en esa institución por más de tres décadas; así lo reconoce en la actualidad Aguiar desde su oficina en el IFEVA, donde se ocupa de sus tareas de investigador del Conicet, docente de la Cátedra de Ecología, así como de coordinador de la Especialización en Manejo de Sistemas Pastoriles y director del EPG. Tampoco podía imaginarse aquel niño aventurero que los campamentos de los que disfrutaba de pequeño por el sur argentino se repetirían incansablemente en estadías más tediosas pero igual de placenteras.

Sus primeros pasos dentro de la institución de la UBA, como no podía ser de otra forma, los dio de la mano del Ing. Rolando León: “Me acuerdo que, junto a Golluscio y Oesterheld –otros estudiantes de entonces y actuales profesionales reconocidos-, intentaba ayudarlo a León con su herbario; después llegaba el té con las galletitas. La verdad fue una vida muy buena”, admite nostálgico y agrega: “Una de las cosas que aprendí con él fue a observar y hacer inferencias. La capacidad de observación es clave para un agrónomo, es el equivalente a la capacidad que tiene un médico de hacer un diagnóstico inicial de su paciente con algunas observaciones rápidas”. Y fue, justamente, en La Patagonia donde pudo poner a prueba esa cualidad y advertir que los ecosistemas ganaderos en pastizales áridos se convertirían en su especialidad.

Treinta años después, con la experiencia a cuesta de largos períodos de trabajo en la provincia de Chubut, Aguiar explica: “A lo que apuntamos desde la cátedra es a estudiar de qué manera la variabilidad temporal-espacial de los ecosistemas y el intento que hacemos los seres humanos de mantener una producción o elevarla, genera o no un desbalance entre lo que se extrae del sistema en términos de recursos naturales y la capacidad que tiene el sistema de regenerar esos recursos naturales”.

¿Este desbalance al que se refiere tiene como consecuencia algún impacto ambiental que haya que superar?

Desde el punto de vista agronómico no hablamos de un impacto ambiental; de lo que estamos hablando es de tratar, de alguna manera, de balancear y mantener la extracción de recursos naturales por encima de un umbral que permita la renovación.

¿Y eso se puede lograr?

Es variable: hay productores que, evidentemente, hacen un buen manejo de los recursos naturales y hay otros productores que podrían estar planteando un exceso de demanda de sus recursos naturales, lo cual compromete el futuro de la base de recursos forrajeros. Concretamente, estamos preocupados por estas últimas situaciones. En el caso de los sistemas pastoriles patagónicos trabajamos en tierras medianamente pastoreadas que están dentro del campo experimental del INTA en Río Mayo, usamos también campos vecinos que están muy pastoreados y, por otro lado, utilizamos clausuras, como la que instaló en 1954 Alberto Soriano, que son básicamente porciones de tierra alambradas donde no entran animales.

¿Se puede mejorar, entonces, el manejo de los recursos naturales a partir de los estudios en ecología? 

Sí, estamos convencidos de eso. Lo que pasa es que va un poco más lento de lo que mucha gente podría pretender. Nosotros estamos trabajando en un área de 300 kilómetros cuadrados que es bastante uniforme, pero en realidad La Patagonia tiene una heterogeneidad muy marcada; entonces ¿en qué medida uno puede hacer diseños tomando como muestra 300 kilómetros cuadrados de un territorio de más 700 mil kilómetros cuadrados? Ahora, hay otras preguntas para hacerse al respecto: ¿Están preparados los productores, en términos socioculturales y económicos, para llevar adelante ese tipo de manejo?, ¿Necesitan subsidios económicos para instrumentar este cambio? Algunas de estas cuestiones las he discutido con Marcela Román, de la cátedra de Economía Agraria, con quien también he trabajado: pensamos y evaluamos algún tipo de pastoreo rotativo, es decir que los animales no estén siempre pastoreando en un mismo ambiente. Pero, para ello, hay que instalar alambrados y eso es dinero. Entonces, dependiendo del tamaño de las explotaciones, los productores van a poder llevar adelante la instrumentación de ese manejo tecnológico o no.

Existe una preocupación mundial acerca las consecuencias que este tipo de desbalances a los que hacía referencia puedan producir a nivel territorial y climático. ¿Qué opina al respecto?

Me parecen preocupaciones genuinas y mi apreciación es que, en realidad, por lo menos en Patagonia, se están haciendo las cosas con la mejor predisposición, con voluntad de que las sucesivas generaciones tengan la misma disponibilidad de recursos naturales. Las veces que encontramos que eso no se cumple no es necesariamente por falta de voluntad o por un interés cortoplacista, sino por falta de conocimiento. Por otro lado, mantener los recursos naturales requiere no solamente conocimientos -que es lo que puede aportar la universidad- sino también decisiones políticas. Claramente, esto último está relacionado al otorgamiento o no de subsidios, y hay que ver si la sociedad urbana está dispuesta a que en el campo haya subsidios para el sistema productivo patagónico.

Sobre el autor

Facultad de Agronomía - Universidad de Buenos Aires