Un escritor con todas las letras
Tiene 35 años, y lleva siete trabajando en la Facultad de Agronomía. Publicó cuatro libros y dice que va por más. Diego Meret asegura que cuando escribe siente evasión.
Hace una semana que llueve en la ciudad de Buenos Aires. Los paraguas no resisten más la fuerza del viento y el agua apenas deja asomar el verde de la vegetación en Agronomía. Para algunos, un clima que representa tristeza, caos y encerramiento, pero para otros, como Diego Meret, es el ambiente perfecto para escribir.
No lo conocía muy bien. Lo había visto dos o tres veces por los pasillos. “Atiendo al público en Alumnos”, resume mientras enciendo el grabador. Trabaja en una oficina que está dentro del Pabellón Central. Seguramente, los estudiantes que intercambian un saludo, un papel o una firma, no se imaginan que ese hombre de bajo perfil, simpático, morocho, de estatura media y ojos marrones, es autor de cuatro libros, esos que tal vez escribió un día de lluvia, donde los paraguas no resisten la fuerza del viento y el agua apenas deja asomar el verde de la vegetación en Agronomía.
Diego tiene aspecto de escritor. Será por su vestimenta, sencilla y casual, o quizás por la firmeza con la que responde las preguntas. Tiene 35 años y vive con Adriana, su mujer, y es padre de dos hijos. “Muchas veces hay un choque de fuerzas en la relación de un artista con la familia”, dice, levanta la mirada y sonríe: “Ana, mi hija menor, quiere ser escritora”.
Recién en la década de los 90 tuvo su primer acercamiento con la literatura. Mientras trabajaba como obrero en una fábrica textil, hacía las canciones para una banda de Punk Rock. “Para escribir es imposible apartarse de la experiencia, aunque después, claro, a partir de ella, puede surgir la invención o el artificio. La destrucción de certezas deja huellas y te marca los puntos de partida. No se puede hacer nada desde la pura imaginación”, piensa en voz alta.
Sin duda, Diego Meret ama su profesión. No se propone vivir de la literatura. Lo único que le importa es tener tiempo y saber que no lo van a interrumpir. “Es anecdótico y al mismo tiempo determinante cómo los escritores se arreglan la vida para dedicarse a escribir”, expresa como si recordara al novelista uruguayo Onetti, su referente, el que alguna vez dijo: Escribo para mí. Para mi placer. Para mi vicio. Para mi propia condenación.
En el año 2001 se quedó sin trabajo. Pero la crisis no impidió que Diego continúe su camino. Ahí, narró el primer cuento, en una computadora 386. “Era una especie de relato de terror, donde un personaje presenciaba un crimen”. Además, estudió letras y en el 2006 se recibió de profesor. “Cuando escribo siento evasión”.
El grabador sigue encendido, pero los minutos que marca no parecen los mismos a los que registro en la entrevista. El tiempo pasa y la charla se vuelve más entretenida. Ahora Diego recuerda uno de los días más importantes de su vida: la edición “En la Pausa”. Ese primer libro, el que publicó hace tres años.
Una cadena de casualidades, como lo describe él, hicieron que “En la pausa” fuera reeditado, a principios de este año, en un país europeo. “Llegué a España, según me dijeron, por una chica que tenía una librería en Madrid. Un editor lo compró, le gustó y luego me contactó a través de un amigo en común. Se reeditó y se publicó. Y en enero de este año, gracias a una gestión que hizo la editorial, me invitaron desde la Embajada”.
Pero no terminó ahí: durante el 2011 publicó Chicos gorrión, una novela de aventuras; este año Fúster, y próximamente, La ira del curupí. “Un escritor es alguien que alguna vez contó una historia y que no sabe si volverá a contar otra. No me imagino no escribiendo”.